viernes, 6 de junio de 2014

Aprender a vivir, ¿por qué nos cuesta tanto?



Poco tiempo después de conocerse supieron que eran almas gemelas. Aunque nunca se habían visto sus vidas habían corrido en forma paralela y sus conciencias parecían haber sido talladas por el mismo artesano. ¿Qué más podía pedirse cuando era evidente que el amor les había tocado?

Cada cual había sufrido un montón de decepciones. Sus corazones estaban lacerados de tanto intentar. Esta vez, sin embargo, supieron que era diferente. Por eso no lo dudaron. Hoy, años después, se alegran por ello.

Verles es una invitación a la alegría. Siempre de buen humor, sin discusiones ni problemas más allá que los que vienen de fuera, son un ejemplo: en tiempos en los que prima lo mercurial, nada más bonito que encontrar gente que vive para los demás. Y es que, como si fuera poco, se dedican a la labores sociales. “Si puedes mejorar el mundo tienes que hacerlo”, dicen a todo el que les quiera escuchar.

Sin apegos materiales, disfrutando de las cosas pequeñas, son una pareja única. Por eso, porque debemos aprender de gente que sabe cómo vivir, he querido compartir su vida: nosotros, aquejados del mal de los nuevos tiempos, muchas veces olvidamos que lo más importante suele ser aquello que siempre olvidamos. ¿Por qué nos cuesta tanto vivir?

Tal vez por el prejuicio y la sinrazón. Por asumir que las cosas tienen que ser como nosotros queremos. Porque, en lugar de aceptar, invalidamos a los demás. Ahora, por ejemplo, sé que sonríes por la historia que te acabo de contar. Pero, ¿qué pasará cuando sepas que hablo de dos hombres que se aman? La sonrisa, ¿continúa o es una mueca?

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