viernes, 4 de septiembre de 2015

#CDMA: Incongruencias entre quiénes somos en Internet y en la vida real



Alguna noche cualquiera, cuando era niño, pasé frente a la televisión para darle las buenas noches a mi papá. Me abrazó cariñoso y mientras me decía que “soñara con los angelitos” o “duerme bien” o lo que sea que le expresa un padre a su hijo, yo me fijé en lo que él estaba viendo.

Era una película antiquísima en la que se veía a una multitud desesperada corriendo de un lado al otro suplicando que una nave espacial no los abandonara (o al menos, eso es lo que recuerdo). De inmediato y, francamente preocupado, le pregunté a mi papá qué estaba mirando.

—Es una película con Charlton Heston —respondió emocionado—. Se llama, “Cuando el destino nos alcance”.

—Y, ¿de qué trata? ¿Qué les pasa a esos? —indagué.

—Es en el futuro —empezó a explicarme él—. Es una sociedad en la que ya no hay comida y los humanos tienen que comer pasta de dientes, además el planeta Tierra se va a acabar y solo unos cuantos se salvarán.

Me quedé mirando la apocalíptica escena completamente escandalizado.

—Ya, no te entretengas. Vete a dormir —ordenó.

Pero para él era más sencillo decirlo que para mí hacerlo. Me quedé por horas en mi cama inquieto ante el inminente escenario que nos esperaba. “A mí no me gusta la pasta de dientes”, pensé, “Y, ¿si me toca que no me lleven en la nave y me quedo a ver el fin del mundo?”.

El título original de la película era Soylent Green —haciendo referencia al alimento que consumían sus personajes—, pero a los inspirados y poéticos traductores de México y, probablemente, el resto de Latinoamérica se les ocurrió bautizar el film con un título que en sí solo es un excelente provocador de angustia: “Cuando el destino nos alcance”. La cinta en cuestión de 1973 ocurre en 2022, en un porvenir ya no tan distante. Sin embargo, en cuanto a la migración de la tecnología para encontrar pareja hoy, el destino, de hecho, ya nos alcanzó. Cada vez son más las aplicaciones y plataformas, servicios y compañías que se dedican a que dos personas, sin importar raza, religión, género u orientación sexual se conozcan, sin, ni siquiera salir de casa. Temas que, cuando se escribe un blog de amor, es imposible ignorar y, por lo tanto, de los cuales ya he hablado en otras ocasiones. Pero ése, en sí, no es el principal problema que encuentro en las comodidades digitales para acortar distancias sentimentales o sexuales, según el uso que se le dé a la tecnología. El asunto aquí, es que es tanto el tiempo que pasa la gente en línea, frente a sus monitores, celulares o tabletas, que empiezan a gestar cambios en sus personalidades. Como escriben Tim Blumer y Nicola Döring de la Universidad Ilmenau de Tecnología en Alemania, existe “Una pregunta abierta sobre cómo se comporta la personalidad al estar en Internet”. Ellos plantean que si bien algunos autores que se inclinan por creer que la red promueve un cambio estructural de la personalidad, quizá éste no sea tal, sino una simple expresión distinta de esa misma personalidad ante una nueva situación.

Blumer y Döring encontraron un fenómeno que resultará muy familiar para cualquiera que se ha llevado el chasco de haberse enamorado en la red de alguien simpático y carismático en su versión web, mientras que en la vida real resultaron ser unos raros, introvertidos y hasta intimidantes. De acuerdo a los investigadores, “En el caso de los participantes neuróticos, al utilizar la computadora e Internet, reportaron una mayor estabilidad emocional que en el mundo real”, por lo que ciberespacio es un lugar seguro para muchos de estos individuos. Una explicación es la que da el Dr. Elias Aboujaoude de la Universidad de Stanford en los Estados Unidos, quien advierte que las personalidades electrónicas “son una versión desinhibida de lo que somos”, lo que también indica por qué algunas personas se convierten en troles y provocadores al momento de estar conectados en Internet. “Nuestras personalidades ‘electrónicas’ son como las peores versiones, borrachas de nosotros mismos”, expone Aboujaoude, “Nos hace anónimos, por lo que es muy fácil pensar que lo que decimos no tendrá consecuencias”. Es un hecho, el destino ya nos alcanzó y aunque no estemos comiendo una pasta verde que controla una corporación, no está demás tomar las mismas precauciones al conocer a una persona “en línea”, que cuando se hace en vivo. Si al caminar por la calle un desconocido detiene su auto y te hace una invitación a irte con él, a menos de padecer de una seria escasez de autoadvertencia, simplemente no te subes. La moneda está en el aire y tiene el mismo riesgo de ser el amor de tu vida que un psicópata con un machete debajo del asiento y lo mejor es no averiguarlo.

No hay comentarios: