jueves, 13 de noviembre de 2014
Él te lo hará saber
Es un mito popular que las mujeres hablan más que los hombres; se cree que unas 20 mil palabras por día, contra las 7 mil que se estima que pronuncia un hombre promedio en el mismo período. Es cierto que de pequeñas, las niñas aprenden a hablar más rápidamente que los niños de similar edad y presentan un vocabulario bastante más frondoso.
Toda esa verborragia entrenada desde temprano hace una gran diferencia, por ejemplo, al momento de expresar sentimientos y sensaciones. Más allá de que la responsable de tanta devoción por la palabrería pueda ser una proteína que existe en mayor porcentaje en el cerebro femenino, lo concreto es que el don de la locuacidad parece ser una particularidad de las muchachas.
Con el impedimento que representa ser los “cortos de palabra”, los hombres nos las ingeniamos para sobrevivir solitos y con mayor o menor éxito, construimos nuestro porvenir. Hasta que llega el día en que tomamos la determinación de establecernos en pareja y en ese instante comienza la prueba más difícil: la de alcanzar el estándar de comunicación que ella imagina. Con frecuencia ellas esperan de nosotros justamente lo que nos diferencia. Generalmente nosotros hacemos una cosa a la vez y cuando tenemos algo por resolver, nos enfocamos en eso en silencio, nos abocamos callados a pensar en ello mientras construimos ese espacio privado en que parecemos dispersos. Ese lugar profundo que las mujeres no comprenden del todo.
Ocasionalmente las féminas se sienten frustradas porque su novio o marido es muy medido a la hora de hablar, muy moderado para su gusto cuando debe comentar lo que piensa o siente. Parece una “extravagancia” pero a menudo nuestra simpleza nos hace parecer –en su interpretación-, complicados. Al final del día laboral, nuestra mujer aguarda bien entrada la tarde para preguntarnos cómo nos ha ido durante la jornada: nosotros respondemos con monosílabos mientras encendemos la TV y nos preparamos un trago. Supongo que no me equivoco al pensar que ello sucede porque en el silencio encontramos el lugar para la paz y el relax después de un extenuante día de trabajo.
Contrariamente, para el mundo femenino, el silencio es sinónimo de tedio y aburrimiento. Aún más, ellas recibirán el mutismo como desinterés y nos tildarán de indiferentes. Inmediatamente nos interrogarán: ¿Qué te pasa? ¿Estás bien? ¿Te encuentras enojado conmigo? Con ese curioseo tan típico comenzará otra vez la rueda en donde las novias y esposas buscarán el diálogo profuso, y nosotros en cambio entregaremos mensajes escuetos, directos, reales y con escaso floreo lingüístico.
Es notable una aparente contradicción que sugiere que ellas ven el símbolo supremo de masculinidad en el varón cuyo comportamiento es un poco hermético y silencioso. En consecuencia considerarán a ese misterioso caballero como más varonil y por ello más atractivo. No obstante, en algún momento las señoritas nos pedirán que cambiemos nuestra naturaleza y nos transformemos en parlanchines. La mutación esperada obviamente no sucederá.
Cómo método, quizás se pueda estimular nuestro deseo por conversar, reformulando el estilo de preguntas que recibimos. Las hay “cerradas” y “abiertas”. Las primeras sólo pueden responderse con una o dos palabras: “Okey”, “no”, “está bien”, “no sé”, “puede ser”. Para provocar el diálogo la consulta debe ser “abierta”, para que funcione como disparador de la comunicación: “¿Qué sería lo primero que harías si encontraras un maletín lleno de dinero?”, “¿Qué fue lo mejor que te pasó hoy?”. Con intentarlo, no se pierde nada.
Las mujeres, para compensar el minimalismo de nuestro lenguaje, deberían desarrollar aún más su poder de observación. Porque existe otro modo en que nos expresamos. Los hombres también mostramos nuestras emociones a través del universo de los detalles. Tal vez se vean en nuestros gestos y actitudes muchas de las respuestas a los interrogantes.
Seguramente deberíamos hacer un esfuerzo para expresarnos más y dar más lugar a la plática. Lo cierto es que si la cuestión reviste importancia o tiene trascendencia, de algún modo el hombre te lo hará saber.
¿Qué te parece?
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