miércoles, 23 de abril de 2014

Errores diagnósticos



Al inicio del verano de 1981, tras un exilio voluntario cercano a los 15 años, decidimos regresar a la patria que nos vio nacer. Parte de la mudanza lo era un carro del año modelo Le Car, versión americana de la marca Renault. Apenas transcurridos unos meses, el vehículo presentó una falla en la marcha que obligó a remolcarlo al taller automotriz más cercano. Los mecánicos procedieron de inmediato a cambiar la batería, así como a suprimir varios alambres para simplificar el circuito electrónico.

Eliminaron el sistema catalizador por considerar que el mismo no se ajustaba al tipo de combustible que se usaba en Santo Domingo. El problema de arranque ahora se había agravado, por lo que fue necesario trasladar el carro a Euromotors, la casa representante de la Renault en el país. Tratándose de un modelo nuevo se optó por llamar a París. Desde esa capital europea recomendaron hacer una prueba diagnóstica, a fin de poder detectar la causa del problema.

Desgraciadamente el daño causado en el circuito electrónico hizo imposible aplicar la medida diagnóstica. Para hacer la historia corta no tuve más remedio que resignarme a vender el destartalado vehículo a precio de vaca muerta y comprar otro carro. ¿Cuál fue la razón de los severos daños que sufrió mi auto? La aplicación de un tratamiento por parte de los técnicos automotrices, sin previamente haber establecido un diagnóstico certero del problema.

De manera análoga ocurre cuando un paciente es conducido a un centro de salud y los médicos empiezan a tratar síntomas tales como la fiebre y el dolor, ignorando que estas manifestaciones clínicas son parte de la expresión de un mal de raíz que amerita su identificación para un manejo terapéutico efectivo.

Gran revuelo en Gran Bretaña y los Estados Unidos ha causado la publicación el 17 de abril de 2014 en la Revista Médica Británica de Calidad y Seguridad, por parte de los doctores Hardeep Singh, Ashley N. D. Meyer y Eric J. Thomas acerca de los errores diagnósticos en las consultas externas de adulto en Norteamérica.

Estiman que alrededor de doce millones de estadounidenses adultos son mal diagnosticados anualmente. De estos, la mitad son catalogados como pifias que ponen en peligro la vida.

Recomiendan tomar las medidas pertinentes para mejorar la atención primaria que en el presente afecta a uno de cada veinte ciudadanos. ¿Y qué decir cuando miramos al espejo dominicano? Veamos: un adulto mayor visita un prestigioso centro de tercer nivel y durante nueve meses le administran medicamentos para aliviar un crónico dolor muscular. Ante el agravamiento de su cuadro clínico se le realizan los estudios de laboratorio identificándose un cáncer de la médula ósea, más específicamente, un mieloma múltiple. Otro caso es el de una joven de 21 años con seis meses de embarazo, quien se quejaba de fiebre, tos y dificultad respiratoria.

La manejan como una insuficiencia cardiaca complicada con neumonía; todo ello sin soporte científico. La jovencita fallece y la autopsia revela una tuberculosis repartida por todos los órganos del cuerpo. Si los británicos y norteamericanos se alarman con un 5% de errores diagnósticos, los dominicanos deberíamos lanzar el grito al cielo ante nuestra orfandad diagnóstica.

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