jueves, 13 de marzo de 2014

Enemigos de la verdad



Todo arranca de que en el mundo actual nadie quiere “optar por la verdad”. La verdad es una substancia viscosa y urticante que es preferible no tocar. Se evita la verdad en todos los terrenos. En asuntos económicos, en las modas de vestir, en el trato social, en las declaraciones políticas. Donde todos mienten, la verdad deviene en herejía. Además, la verdad es peligrosa; puede cundir como los microorganismos infecciosos. Difundir una verdad causa enojos, conflictos, daños al “orden establecido”; y hasta puede “trastornarlo”. No es importante consignar que decir “verdades evidentes” irrita a veces a los gobernantes. Eso lo sabemos desde siempre. Es claro que los “veroparlantes” atrevidos pueden sufrir castigos.

No necesita muchas explicaciones el hecho de que la gente prefiera permanecer callada y no mencionar “verdades incómodas”, para evitar sanciones o “ajustes de cuentas”. La protección o defensa del débil se consigue de cualquier manera, aun a costa de la verdad. Lo que sí es importante saber es que vivimos inmersos en “falsedades intrínsecas” admitidas por todos. La ropa con manchas y rasgaduras –a menudo con rotos tan grandes que podríamos calificar de troneras- es un disfraz que pretende acercarnos a los “proletarios del mundo”, como reza el “Manifiesto” de 1848. Un objetivo falso, esto es, ajeno a la verdad.

Esa ropa con lamparones y deshilachados suele ser cara; no está al alcance de los proletarios; la compran jóvenes universitarias, que luego acuden a lucir las prendas en restaurantes de lujo. El propósito no es que los proletarios “se unan”, ni que su situación de minusvalía social sea comprendida por “las clases superiores”. Nada de eso; se trata de un problema de mercadeo y de puro “entretenimiento urbano”. Algo parecido ocurre con el llamado arte callejero popular.

Este arte de los barrios goza del prestigio de la antigua bohemia romántica y, al mismo tiempo, del aura revolucionaria de los inconformistas de extrema izquierda. Es un arte “rompedor” y extra-académico, que produce “murales perecederos” y “graffiti” testimoniales. Aluden a las drogas, la injusticia social, al ejercicio de la sexualidad, a los alienígenas y otros mil temas, valioso o vulgares. Ha surgido un “barroco” callejero del “graffiti” con un fuerte ingrediente falso y adocenado.

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