jueves, 26 de septiembre de 2013

Estadounidenses juegan con la sanidad en su sistema fiscal



Aun es tiempo de que el Congreso cancele un juego que amenaza convertirlos en perdedores

Falta menos de una semana para que llegue un posible paro del gobierno de Estados Unidos (EEUU) y menos de un mes antes de que el país llegue a su límite de deuda soberana. En ninguno de los casos hay confirmación de que el Congreso evitará un desastre. Si fuera otro país, tal disfunción sería una causa para lamentarse. En el caso de EEUU, los efectos son globales.

Como única superpotencia y proveedor de la moneda de reserva internacional, Estados Unidos tiene el deber con el mundo, como también consigo mismo, de mantener una de las funciones más básicas de un estado-nación. Aproximarse a un paro del gobierno es suficiente pantomima. Jugar con si EEUU pagará sus obligaciones de deuda soberana es pura temeridad.

Aún hay tiempo para que el Congreso cancele un juego que arriesga convertirlos a todos en perdedores. En los últimos tres años, el sabor del Capitolio por las crisis fiscales ha tomado impulso de la recuperación de EEUU y sigue siendo el principal obstáculo para un crecimiento más fuerte.

En el 2011, EEUU llegó al borde de un impago. Fue sólo evitado por un acuerdo que impuso recortes de gastos en un frágil punto en su recuperación.

Esto se vio agravado a principios de este año por la incapacidad del Congreso de cumplir con su propia fecha límite para el secuestro del gobierno el cual ha resultado en un 10% de recortes de gastos en todos los departamentos.

Estas medidas ya han cercenado más de un punto porcentual del crecimiento de EEUU en el 2013 y se pronostica que restará 0.7 puntos en el 2014. Por encima de esto, lo último que la decadente economía de EEUU necesita es otra crisis presupuestaria.

Sin embargo, el impacto de un paro del gobierno sería insignificante comparado al de una quiebra soberana, que tendrá lugar de mediados a finales de octubre si el Congreso no puede llegar al acuerdo de un nuevo techo de deuda. Eso causaría una depresión del mercado y traería un daño permanente a la solvencia crediticia de EEUU.

Por desgracia, hay republicanos tanto en el Senado como en la Cámara de Representantes que están activamente disponiendo ese resultado. En la mayoría de casos, ellos son de distritos seguros y temen un desafío primario de la derecha. En algunos casos, tales como el de Ted Cruz, el senador republicano de Texas, quien actúa como el Robespierre de su generación, ellos son decididamente indignos.

Llevando el gobierno hacia abajo, incluso al riesgo de perjudicar los intereses globales de Estados Unidos, es una oportunidad para la nominación republicana del 2016. Ningún partido puede darse el lujo de tolerar tal nihilismo.

Por el contrario de la crisis del 2011, la cual al menos dependía de un debate válido sobre el futuro fiscal del país, la depresión del 2013 gira sobre el más endeble de los pretextos.

Los republicanos han vinculado tanto el nuevo presupuesto, que necesita estar en vigencia antes del próximo martes, así como la aprobación de un nuevo techo de deuda, que debe suceder de medidos a finales de octubre, para un desfinanciamiento de la reforma de asistencia de salud del presidente Barack Obama.

Cualesquiera que sean los pros y contras de la ley del 2010, es falsa su vinculación al presupuesto de hoy y a las opciones de deuda. Es también poco democrático. Desde su paso, Obama ha ganado una elección presidencial y el proyecto de ley ha sobrevivido múltiples desafíos legales, incluyendo varias decisiones de la Suprema Corte.

Bloquear el financiamiento para la implementación del “Obamacare” en el punto en el que este debe entrar en vigor sería errado. Este nunca debe haberse convertido en la base sobre la cual se decida el futuro fiscal de Estados Unidos.

Obama tiene razón al decir que él no permitirá que el tope de deuda de EEUU y las funciones básicas del gobierno se mantengan como rehenes de tales argucias. Los líderes republicanos en el Capitolio serían inteligentes de no poner a prueba su sinceridad.

Su único razonable curso de acción será votar contra la mayoría de su partido para asegurar que no habrá paro, ni tampoco impago.

Ha pasado mucho tiempo para que ellos tomen un largo respiro y hagan lo correcto.

Todavía hay tiempo para que el Congreso cancele un juego que se arriesga a convertirlos a todos en perdedores.

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