martes, 6 de agosto de 2013

La partera del infiel

Involuntariamente han despertado de su nido mis palomas del recuerdo, extendiendo sus anchas alas para lanzarse en vuelo imaginario siguiendo la trayectoria del tiempo infinito. De repente se detienen en la década de los años ochenta del pasado siglo XX en donde escuchan una voz inconfundible, acompañada de los gestos peculiares del doctor Vinicio Calventi. Este consagrado maestro de la gineco-obstetricia enfatiza la efe cuando durante la entrega de guardia llama a una de las recién ingresadas médico residentes: la doctora Ofelia Berrido. Prosiguen su viaje mis simbólicas aves de la paz; hechizadas por el fino ambiente tertuliano de los jueves hacen otra parada en la casa de Natacha Sánchez. Oigo hablar a la santiaguense; nada dice de Galeno, tampoco hace referencia de Hipócrates, sin embargo, la noto sumergida en un baño de perfume literario. Percibo un aura metafísica y sin esfuerzo alguno dejo que mis ojos fisgoneen en las adentras de la otrora alumna de la Maternidad Nuestra Señora de La Altagracia. Descubro una mina de poesía. Poderosas razones me obligan a acelerar el itinerario de mis colúmbidas que ahora posan en el techo del presente para que yo sirva de testigo ocular del parto literario El Infiel. De esta nueva producción ha comentado don Marcio Veloz Maggiolo “… está pensada para mostrar las complejas relaciones humanas. Primero la de una sociedad que ocultando su maniqueísmo, atenta contra las biografías de unos personajes en los cuales el miedo, el amor, y el mundo circundante influyen hasta convertir el relato, que en principio parecerá policíaco, en la lucha de dos seres contra sí mismo, contra el entorno, en una creciente relación de amor que al final se deshace de manera trágica con la presencia de Francesca desangrada en una morgue, y de su amante, Arturo Amador, inculpándose del crimen”. Una de las virtudes de la novela es permitir a su autora expresar sus puntos de vista a través del camuflaje de los personajes. Algo así intuyo cuando habla la anciana Renata: “De lejos y mirando con tranquilidad se conoce mejor a la gente, cuando no saben que las están observando actúan con libertad, sin poses, en ese momento no hay fingimientos, no sienten la necesidad de actuar a la defensiva: solo son como son. Los actos hablan solos; las palabras engañan, son capaces de ocultar la verdad. Pero el lenguaje del cuerpo no miente, dice lo que se siente muy adentro. ¿Qué le parece teniente, no cree que tengo la razón? ¿Acaso no son las acciones las que finalmente dicen quién es cada quién? ¿De qué vale decir lo bueno que somos si nuestros actos nos delatan?”. Ahora bien, donde Ofelia hace gala de su polifacetismo y casi me deja sin empleo es cuando narra: “Alguien oyó decir al teniente a cargo de la investigación que por la posición del cuerpo de la occisa y por el gesto de su rostro era obvio que conocía al criminal; que los disparos fueron a escasa distancia porque la ropa de la víctima estaba deshilachada… y sobre todo podía apreciarse la presencia de pólvora alrededor de los orificios de entrada de las balas”. Doctora Berrido: por tan sabio atrevimiento la condenamos, sin apelación, a seguir escribiendo de por vida.

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