domingo, 28 de julio de 2013

OPINION: Enfrentando el desafío del lago Enriquillo

La ceremonia para el anuncio de la nueva población de Boca de Cachón, que reubicará a las familias afectadas por el crecimiento del nivel del lago Enriquillo, constituye una acción muy responsable del gobierno dominicano, que va en rescate de una región atormentada por un fenómeno natural que ya se ha repetido en el pasado. El último crecimiento anormal del nivel de las aguas del lago ocurrió en 1894, y esa vez se alcanzó, según crónicas de la época, los 50 centímetros por encima del nivel del mar. Ya para 1904 el nivel de las aguas del lago había descendido a los 45 metros por debajo del nivel del mar, con el cual las generaciones dominicanas del pasado siglo XX se acostumbraron al mismo al tiempo que aumentaba la población y las actividades agrícolas y pecuarias de la zona. Las aguas del lago se dislocaron a partir de la tragedia del río Blanco en mayo del 2004, y desde ese entonces se inició la incertidumbre de los que a orillas del lago habían desarrollado sus vidas y medios de subsistencia, amenazados por un avance indetenible e irremediable de las aguas que ya habían ahogado una parte del poblado de Boca de Cachón, con lo que el gobierno, con su decisión de construir una nueva población, emprende un responsable trabajo que viene a completar lo que ya se había iniciado con la roturación de tierras para nuevos asentamientos campesinos e instalación de sistema de riego, reubicando a centenares de campesinos para darle inicio a una nueva vida de mayores esperanzas. Las viviendas para las 537 familias del actual poblado de Boca de Cachón, junto con todas las facilidades para una población de escuelas, centros comerciales, clínicas rurales, oficinas públicas, parques, áreas deportivas, etcétera, podría convertirse en un modelo que el gobierno contemplaría para otras emergencias en torno al lago, siempre y cuando no se caiga en la mañosería de los políticos que reemplazan a los verdaderos beneficiados por los que provienen de su parcela política, o por amiguismo o prebendas. Entonces, el gobierno del presidente Medina ha dado el primer paso para hacerle frente a la naturaleza, que después de haber estado dormida por muchos años, ha retornado para recuperar sus predios cuando hace miles de años la Bahía de Neyba se comunicaba con la Bahía de Puerto Príncipe por medio de un canal, cerrado hace siglos por los movimientos tectónicos de las placas terrestres y las avenidas milenarias del río Yaque del Sur, que sus arrastres de sedimentos taponaron su desembocadura ayudado por la barrera de corales que dificultan el desagüe libre de las aguas del río. Lo valioso de la acción oficial es que uno se da cuenta que este gobierno no es indiferente a las necesidades de las gentes, y conociendo previamente el alto costo para intervenir exitosamente la cuenca del lago, no se ha detenido sino que sostiene un plan de trabajo para remediar unos daños que eran previsibles, ya que el nivel del lago venía ascendiendo desde hace años de una manera paulatina y silenciosa; se consideraba como algo normal ya que luego venía el retroceso pero ya no era hasta los 45 metros por debajo del nivel del mar. Ahora nos topamos con una cota de casi 25 metros, lo cual ya de por sí es preocupante en especial para el lado sur del lago, o sea desde Duvergé hasta la barrera que encierra a El Limón. Por encima de algunos grandes proyectos en carpeta, que el gobierno planea desarrollar para el deslumbre de su obra y su reconocimiento futuro, sobresale la necesidad de afianzar las acciones que ya se están desarrollando en torno a la cuenca del lago, entre las cuales la presa de Monte Grande juega el papel de primer orden para el control de crecientes del Yaque del Sur y el aporte de un caudal apreciable de agua para la irrigación de una ocho mil hectáreas de tierras, que ahora carecen de agua pero requerirían de un lavado previo a los cultivos para su desalinización.

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