jueves, 10 de octubre de 2013

Sermón para dañinos



El padre Servando entró en la iglesia revestido y subió al altar; le seguía un monaguillo flaco con una cruz colgada en el pecho. Lo vi trepar los escalones hasta alcanzar el podio, donde se acomodó la estola sobre el cuello. Por debajo de las vestiduras sacerdotales asomaban los zapatos de “tennis” “Reebok”, que había visto durante nuestro primer encuentro en la sacristía. Desde el sábado estuve acariciando la idea de acudir a la iglesia de Servando para verlo actuar en su propio terreno. Los asientos estaban llenos de gente: jovencitos y viejas, negros y blancos. Sólo al fondo quedaron dos bancos vacíos.

“Este mundo lleno de trastornos, de problemas que parecen insolubles, está poblado por dos clases de personas: los que prestan ayuda y los que hacen daño. Hombres que ayudan y hombres que dañan, son los protagonistas de la historia. De las grandes historias de los imperios, de naciones poderosas de todos los tiempos; y de las pequeñas historias de estas islas caribeñas, o de la diminuta parroquia en la que vivimos los aquí reunidos. Ayudadores y dañadores es la clasificación que de los hombres hacía mi abuelo Zenobio en la aldea donde transcurrió su vida. Recurro al abuelo tanto como a los apóstoles de la iglesia de Cristo.

“Creo que personas sin letras, como el abuelo Zenobio, pueden ser sabios; y en cambio, hombres cargados de títulos académicos son a menudo necios o francamente torpes y dañinos. Los apóstoles eran hombres sencillos, pescadores pobres del mar de Galilea, que apreciaron el valor de una doctrina que, en ultimas cuentas, sostiene que servir a los demás es la más alta misión que podría escoger un hombre”.

“Para que mis palabras no se las lleve el viento, quiero que las conecten con el Padre Nuestro, una oración conocida por todos. Los teólogos afirman que la voluntad de Dios creó los mundos “Hágase Señor tu voluntad”, dice el Padrenuestro. Añade: en la tierra como en el cielo. De las regiones inabarcables desciende a la mesa y pide por el pan “de cada día”.

La oración concluye rogando: “líbranos del malo”, del maligno, de la maldad. De los que dañan. Recuérdenlo: deben arrimarse al Padre Nuestro”.

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