lunes, 14 de octubre de 2013

Libia, al borde del abismo



La verdad es que resulta un tanto recurrente utilizar el “al borde del abismo” para referirse a países envueltos en el caos, la anarquía, la inestabilidad y la violencia, países que, además, pueden convertirse en estados fallidos. En el caso de Libia es difícil, sin embargo, que se convierta en un estado fallido cuando todavía no ha conseguido ni siquiera ser un Estado de derecho, casi dos años después del linchamiento por los rebeldes del dictador Muamar Gadafi. El secuestro el pasado jueves del primer ministro, Ali Zeidán, por exrebeldes armados ilustra perfectamente esta situación.

La misma forma de la muerte del sátrapa, su no investigación y la facilidad con la que muchos disculparon el ojo por ojo y diente por diente indicaban ya que los comienzos de la era post Gadafi no eran los mejores y quedaban muy lejos de las tan necesarias paz, convivencia y reconciliación.

Apenas unos días después de la caída del régimen, rodamos un reportaje para el programa En Portada al que titulamos “Libia, la hora de la verdad”. Queríamos dejar patente que el país se encontraba en una encrucijada entre el camino del caos o el de la democracia y el estado de derecho. Ya entonces se advertía que se inclinaba más por la primera opción y que las milicias armadas habían secuestrado la “revolución” y que iba a ser muy difícil o incluso imposible desarmarlas. Esto se iba a ser un factor determinante para el devenir del país.

Acabamos entonces ese reportaje con unas frases que han acabado siendo premonitorias: “La tarea por delante es ingente. Está repleta de riesgos. Lo más sencillo quizás es poner en marcha de nuevo la industria del petróleo. Restablecer el orden y la seguridad y levantar un estado de derecho no es fácil. El mayor desafío será superar las divisiones internas y construir un futuro común. Y habrá que permanecer vigilantes para que la nueva Libia no acabe derrapando”.

Divisiones internas y falta de seguridad

Libia ha acabado derrapando, las divisiones internas no se han superado y no se han restablecido ni el orden ni la seguridad. Y ni siquiera la industria del petróleo funciona a pleno rendimiento. De hecho, trabajadores en huelga y activistas políticos ocupan desde hace un par de meses campos petrolíferos y algunos de los puertos más importantes en el este del país, donde está el grueso del petróleo. Así que Libia exporta ahora la mitad de crudo que antes.

Libia no contaba con un ejército profesional, el que había estaba al servicio del dictador, que lo mantenía débil y dividido entre las tribus para evitar un golpe de estado. Era por tanto necesario, en el posgadafismo un liderazgo central fuerte y que las milicias entregaran las armas y sus miembros se desmovilizasen o pasaran a formar parte del nuevo ejército y de la policía.

Nada de eso ha sucedido y las milicias siguen campando a sus anchas y amenazando al gobierno, e incluso ocupan ministerios o la sede del ejecutivo o secuestran al primer ministro. Y no hay que olvidar los ataques a embajadas extranjeras, el aumento de la delincuencia y la falta de control absoluto por parte del gobierno de muchas zonas del país, especialmente el sur en la región de Fezzam y la Cirenaica, en el este. Aquí surgió la rebelión contra la dictadura y ahora aumenta el secesionismo y era y es feudo de los islamistas.

El primer ministro explicó después de su liberación que sus secuestradores dijeron ser miembros de la llamada “Sala de Operaciones de los Revolucionarios de Libia que pertenecen a todas las ciudades libias menos a Zintán”, donde está la brigada que tiene al hijo de Gadafi, Seif Al Islam, y que podría haber ayudado a liberar al jefe del gobierno. Varias fueron las razones aducidas para su secuestro, entre ellas acusaciones de corrupción o de traición por haber permitido a Estados Unidos la captura del miembro de Al Qaeda, Abú Anas al Libi, en Trípoli. Y pedían su dimisión.

La realidad probablemente tiene mucho que ver con las luchas por el poder. El grupo autor del secuestro del primer ministro fue formado por el actual presidente del Congreso General Nacional, Nuri Abou Sahmain. El Congreso es la asamblea libia de la transición y se ve mermado por las divisiones entre seculares e islamistas, como los Hermanos Musulmanes.

Algunas fuentes señalan que la noche anterior al secuestro Nuri Abou se reunió con el jefe del gobierno y le pidió que dimitiera. Ali Zeidán que nada más ser liberado pedía calma calificó, sin embargo, al día siguiente su secuestro de intento de golpe de estado y acusó a sus oponentes en el Congreso Nacional de utilizar a las milicias para desestabilizar y “aterrorizar” al gobierno para convertirlo en otro Afganistán o Somalia.

Imlpantación de Al Qaeda en Libia

Las luchas políticas, la inseguridad y la falta de control han abierto la puerta a la implantación de Al Qaeda en Libia. En septiembre de 2012, Al Qaeda asesinaba al embajador norteamericano en el Consulado de Estados Unidos en Bengasi

Resulta preocupante el que Abú Anas al Libi, uno de los hombres más buscados por EE.UU., viviese al parecer desde hace ya un año en Trípoli a la luz del día, hasta ser capturado por un comando especial de las fuerzas norteamericanas el 5 de octubre. Una detención que muchos consideran ilegal y que provocó protestas sobre todo en el este del país. Al Libi está acusado de implicación en los atentados de 1998 contra las embajadas de Estados Unidos en Kenia y Tanzania.

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